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UN INGREDIENTE DE LA FELICIDAD

_Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso. Sal 82:3._

Virgil Gheorghiu, en su novela titulada “La hora veinticinco”, narra el drama de Iohann Moritz, un simple campesino rumano que no se preocupaba por las dificultades que los judíos enfrentaban en su tierra, hasta que en la guerra, lo confundieron con uno de ellos. Fue llevado a un campo de concentración, a pesar de sus protestas. Más tarde, en el camión en que llevaban a los judíos, alguien le preguntó: “¿Por qué está usted rebelado?” y él respondió: “No tengo nada en contra de los judíos, pero yo no soy uno de ustedes”. Y el judío le retrucó: “Yo lo sé. Pero ahora eres uno de los nuestros. “

Difícilmente el ser humano entenderá cómo se siente el débil, el huérfano, el afligido, o el desamparado, hasta subir en el camión que lleva a todas esas personas por el camino injusto de la vida que la estructura social les impone. Pero el consejo de Dios es: Preocúpate por ellos si quieres ser feliz.

El versículo de hoy no presenta una orden, sino un ingrediente de la felicidad. No es una carga, un peso, ni una obligación. Las enseñanzas bíblicas son secretos para una vida feliz. Hacer el bien, hace bien. La alegría que tú proporcionas con un gesto de nobleza, deja en ti un sentimiento de satisfacción y paz que no podrías comprar con todo el oro del mundo.

Debía tener 10 u 11 años de edad cuando encontré un billete de 50 Soles. Me sentí feliz, eufórico, di saltos de alegría. Era mucho dinero. En aquel entonces, mi gran sueño era comprar un par de botines de fútbol. De repente, me crucé con otro muchacho de la misma edad. Estaba llorando.

-¿Qué te pasa? -le pregunté. Perdí un billete de 50 Soles que mi padre me dio para pagar la cuenta en el almacén -me dijo. No lo pensé dos veces. Le devolví el billete.

¿Fue tan solo un acto de honestidad? Puede ser, pero me hizo mucho bien. Al seguir mi camino, ya no tenía la euforia que había sentido cuando encontré el billete. Era otro sentimiento. Era una paz que nunca antes había sentido. Valía mucho más que un par de botines.

Al caminar por los caminos de la vida hoy, recuerda el consejo de Dios: “Defended al débil y al huérfano; haced justicia al afligido y al menesteroso”.

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